Francesca Pennacchi

Francesca Pennacchi nació en Marina di Carrara en 1929. Al cabo de unos años, el padre se trasladó a Etiopía por motivos de trabajo. Francesca, su madre y su hermana se unieron a él en 1937 y salieron en barco desde Livorno hacia Addis Abeba.

 
Viajar, encontrar a su padre, buscar un nuevo hogar: experiencias que marcaron la infancia de Francesca y le permitieron conocer un mundo nuevo, descubrir una tierra coloreada, fascinante y misteriosa, en el absoluto desconocimiento de la dinámica política y militar que subyacía a la presencia italiana en Etiopía. Cuando estalló la guerra, el padre fue llamado de nuevo al frente: la madre y las dos hijas regresaron solas a Italia, viviendo también en cautiverio bajo los británicos.

“La nueva casa”

Por fin el día nos trae una alegría: ¡hemos encontrado un hogar! Así al menos nos lo cuenta el jubiloso padre; yo estoy muy feliz, sobre todo por él, y creo que ahora, con una casa en la que vivir, todo cambiará y África también me parecerá más bonita. Cruzamos toda la ciudad en un taxi amarillo que circulaba por calles por momentos asfaltadas, por momentos polvorientas, llenas de gente blanca y negra; el padre, eufórico, no paraba de hablar: "En Addis Abeba se encuentran todas las razas: turcos, armenios, griegos, árabes.... aquí todos conviven y viven bien. Cuando estemos instalados, iremos a ver los bazares turcos, que están llenos de cosas fantásticas, y el mercado abisinio, y les presentaré a mucha gente simpática[...]"

De repente nos encontramos con un bosque de fragantes eucaliptos y, entre el verdor, vemos un tejado de chapa: ¡es la casa! Mi corazón da saltos de alegría, mi hermana repite monótonamente "¡Qué bonita! ¡Qué bonita!" la madre no reacciona, pero me gusta creer que por dentro está muy contenta y no quiere expresarlo porque tiene miedo de decepcionarse. ¡Es una casa preciosa! Erigida sobre pilares, toda blanca, tiene una encantadora veranda de madera en la parte delantera, sobre la que trepa la flor de la pasión; a poca distancia hay un digno tucul en el que, dice el padre, vive el amo de la casa y del bosque con sus criados, sus hijos y una de sus cinco esposas[...]

La madre, después de mirar a su alrededor, toma las riendas de la situación, gracias a Dios con entusiasmo, tal vez porque está muy limpio por todas partes: "Con sábanas dividiremos esta gran sala en habitaciones, luego poco a poco lo ordenaremos todo." Sus palabras nos tranquilizaron y papá, encantado de haber recibido, por fin, la aprobación general, se apresuró a procurarnos, en sus idas y venidas, algunos catres, un pequeño hornillo a gasolina, una lámpara de aceite, unas cacerolas y algunos platos[...]

Sighè, que ha vuelto para traernos un tarro de miel, observa divertida toda la actividad de mamá, mientras mi hermana y yo, encantadas de tanta actividad, hacemos todo lo posible por ayudar, intentando improvisar una mesa y unas sillas con unas cajas que papá ha conseguido para nosotras; por supuesto, la mesa y las sillas resultan bastante rudimentarias, pero al final todo es muy divertido y el entusiasmo de mamá nos hace estar serenas, realmente felices.

Testimonio recogido en colaboración con el Archivio Diaristico Nazionale.